El Nobel de Literatura, recuperado del Covid, cruzó el Atlántico para volver a la Feria después de años de ausencia. El viernes se había fogueado en dos charlas con el español Javier Cercas y Alejandro G. Roemmers. Este domingo, a días de un nuevo aniversario del nacimiento del español Benito Pérez Galdós -el Balzac ibérico- se presentó en la Sala José Hernández La mirada quieta (de Pérez Galdós), el ensayo literario que Vargas Llosa escribió luego de leer durante la cuarentena la obra del autor de Fortunata y Jacinta. Antes de introducirse en la literatura galdosiana, reveló que la experiencia del Covid había sido “sumamente desagradable”, al menos por veinticuatro horas y mientras tuvo dificultades para respirar. Entre el público, estaban uno de los hijos del escritor, Álvaro Vargas Llosa; Gerardo Bongiovanni, que preside la Fundación Libertad; Álvarez de Toledo; el presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, Alejandro Vaccaro, y el abogado constitucionalista Daniel Sabsay. Este lunes, Vargas Llosa compartirá una cena con dos expresidentes: Julio María Sanguinetti, de Uruguay, y Mauricio Macri, de la Argentina.


El Nobel dialogó con el escritor y periodista Jorge Fernández Díaz que, como había adelantado, no se centró en la novedad editorial. “Un clásico lee a otro clásico”: así describió Fernández Díaz La mirada quieta. “Un gran escritor no siempre es un gran escritor -dijo Vargas Llosa sobre Pérez Galdós-. Su caso es el de muchos escritores: ser desigual”. Y agregó que uno de los sueños del escritor español había sido ser traducido al francés, algo que, según dijo, aún no había ocurrido, y que las obras de otros escritores españoles, como Almudena Grandes y Arturo Pérez-Reverte, siguen la “línea Galdós”, al entrelazar episodios históricos con una narrativa entretenida y accesible. “Galdós se esforzó, deponiendo sus propias convicciones y adoptando un punto de vista impersonal, en ser imparcial”, sostuvo Vargas Llosa en el rico segmento literario de la charla.
Fernández Díaz orientó el diálogo a otro ensayo del autor, La llamada de la tribu, que combina la autobiografía con la reflexión filosófico-política y donde Vargas Llosa primero relata su distanciamiento de las ideas de Jean-Paul Sartre (si bien este domingo dijo que leer a los existencialistas franceses lo había salvado del estalinismo) y luego su acercamiento al pensamiento de Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich Hayek, Karl Popper, Raymond Aron y Jean-François Revel. “Tengo muy poca confianza en la izquierda latinoamericana, y la juzgo por mi país, donde por primera vez tenemos a un presidente analfabeto -dijo-. Perú se ha convertido en un país de tercera clase”. Para Vargas Llosa, la izquierda latinoamericana (y citó los ejemplos de Perú, Ecuador y Bolivia) es “fanática, ciega y dogmática, responde a las consignas de manera automática y no hay modo de trabajar para que un cambio sea posible”.
Su colega le recordó que tiempo atrás había afirmado que América Latina iba mal. “Ahora creo que va peor -respondió Vargas Llosa-. Es muy difícil ser optimista frente a una América Latina dominada por las nuevas dictaduras, a punto de hundirse del modo más violento en el pasado”. No obstante, admitió que no se puede imponer a un país “ser liberal de la noche a la mañana” y que el liberalismo es “una adaptación a las circunstancias”. Recomendó la lectura del pensador austriaco Karl Popper, “el gran filósofo de la libertad”. Para Vargas Llosa, el futuro de América Latina depende de “elegir bien y aprovechar los ejemplos positivos de los países libres”. La disyuntiva, para el Nobel peruano, es muy clara: prosperidad o pobreza. “Pero estamos eligiendo mal”, se lamentó.
Como esperaban muchos de los presentes en la sala, la Argentina fue tema de la charla. El autor de La casa verde recordó que en su infancia, su familia recibía semanalmente tres revistas argentinas: Leoplán (para su abuelo), Para Ti (que leían su madre y su abuela) y Billiken, para el niño Vargas Llosa. Y que en su adolescencia en Lima, los jóvenes no soñaban con conocer París sino Buenos Aires. “¿Me quieres decir que pasó con la Argentina? ¿Me lo puedes explicar?”, le preguntó esta vez el entrevistado al entrevistador. Fernández Díaz miró al público y dijo: “Creo que todos conocemos la respuesta”.
De la Argentina, se pasó a Jorge Luis Borges. “Nunca me perdonó que señalara en un artículo que estaba lleno de admiración por él que en su casa había goteras”, reconoció el Nobel cuando Fernández Díaz evocó que Ricardo Piglia, en su programa para la TV Pública, había contado que Borges había descripto así a Vargas Llosa: “Vino un peruano, que debe trabajar en una inmobiliaria, porque quería que yo me mudara”. “A pesar de las bromas malas que hizo, mi admiración por Borges sigue intacta -dijo el Nobel, luego de las risas y aplausos del público-. Como todos los escritores, él tenía una ceguera: no entendía que en América Latina hubiera un problema de desigualdad social. Eso no lo entendía. Sus méritos ya sabemos cuáles son. Él creó una lengua distinta que se reduce a la mínima expresión, y dentro de esa lengua reprimida hay una enorme inteligencia. Todos tenemos que aprender algo de Borges”.
Antes de concluir el encuentro, Vargas Llosa anunció que viajaría a Perú a escribir una novela. “Siempre estoy escribiendo estas novelas; a veces no salen y las guardo -confió-. La novela es constitutiva del ser humano. Las novelas se escriben cuando hay verdadera libertad; entendidas así, crean una distancia crítica en los lectores”.